jueves, 26 de marzo de 2009

¿Que ofreces?


Jonás llegó a casa agotado. Las manecillas del reloj marcaban las 21.45. La soledad de su apartamento, le envolvía en un silencio que no pocas veces agradecía. Pero hoy era distinto. Recapitulaba mentalmente la rutina en la que vivía. Había elegido esta vida, y hoy por primera vez, pensaba que el precio que estaba pagando por ello, era demasiado caro. Sus 38 años empezaban a pesar en esa vorágine en la que se estaba convirtiendo su existencia. Pensaba lo agradable que sería tener a alguien esperándote en casa. Un rostro amigo, con el que combatir estos silencios, que pesaban más que nunca. Recordaba su pasado, en el que la ilusión por compartir esos pequeños momentos, le había llevado a arriesgar más de la cuenta, enamorándose de la mujer equivocada. Aún sabiéndolo, Jonás tenía el corazón lleno de anécdotas y de proyectos, junto a la persona que más había querido, y a punto estuvo de destruirle. Porque la experiencia le decía que enamorarse era un estado especial de bienestar, pero tambien era un estado demasiado arriesgado, donde alguien era capaz de hacerte daño, desde lo más profundo. Jonás se encerró en su trabajo, y la locura que voluntariamente se comía dia a dia, tenía su encanto. Estaba satisfecho de haberse demostrado así mismo que era capaz de superar las dificultades de vivir con el corazón roto. Sin embargo, hoy algo habia hecho que todo ese modelo saltase por los aires. Los sueños, no se pueden controlar, y llevaba soñando con ella varias semanas. La idea de volver con ella, le daba mucho miedo, pero a la vez, le daba alegría. Jonás cerró la puerta de la nevera, después de examinar el interior de la misma, como quien mira un duelo de espadanchines. En su cabeza, tan sólo una preocupación, porque era de los que pensaba, que para recibir, primero hay que dar. ¿Que podía yo ofrecerla para ser feliz?. Indudablemente, él sabía que estaba en disposición de ofrecer muy poco. Su trabajo le consumía el tiempo, y tan sólo quedaba libre cuando estaba demasiado cansado, como para ofrecer algo minimamente digno. Fue entonces cuando determinó que la felicidad no la podría alcanzar con las armas que tenía. Tendría que cambiar el ritmo, deshacerse de responsabilidades y disponer de un tiempo de calidad para ofrecer. Seria entonces cuando daría el próximo paso. Abrió su lata de cocacola, alzó la mano que la sujetaba hacia el cielo, y dijo, ¡¡¡va por ti¡¡¡. Y Jonás, esa noche, olvidó rencores, cogió el telefóno, marcó el número que aún recordaba de memoria, y al oir su casi olvidada voz, preguntó, ¿que ofreces?....

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