miércoles, 4 de marzo de 2009

La señora de la limpieza


Eran las 6.30 de la mañana. El quinto "beep" del despertador, hizo que Hugo se removiese en la cama, y por fín sacase su caliente mano de debajo de las sábanas para apagar el dichoso sonido. Con un ojo todavía dormido, acertó a sentarse en el borde de la cama. Otra vez más, una de las zapatillas había caido lejos anoche, por lo que tendría que apoyar su pie en el frio suelo. Dió tres pasos, se calzó, tambaleándose y medio dormido, alcanzó el cuarto de baño. Los apliques de luz, que con tanto esfuerzo en su dia colocó, cegaban sus aletargados ojos. Media hora larga, es lo que le lleva a Hugo expulsar de su pequeño cuerpo la cena de anoche, ducharse y afeitarse. Durante el desalojo, le gusta ojear su revista de coches en vigor, o quizás la última de cotilleos que Elena dejó allí por la noche. Si, porque Elena, a pesar de su extremada belleza, y sus finos modales, era de vientre lento, por lo que las pocas veces que entraba a obrar, lo hacía con extremada calma y dedicación. Hugo de por sí es bastánte rápido a la hora de cumplir con su digestión, pero la lectura y el aroma, le mecen en uno de los que sin duda, califica como mejores momentos del día. Mecánicamente, pone el tostador, y se prepara un gran tazón de nesquick. Mientras Carlos Herrera desmenuza la actualidad del día, termina el desayuno, friega los cacharros, y como todos los días, sale atropellado de casa, ha vuelto a hacer de pronto tarde.
Las escaleras no tienen secretos para él, las conoce una a una, y las baja de tres en tres. El coche, el viejo Golf blanco, esta noche se ha librado de la helada. Arranca a la primera, y sale directo a trabajar. En la radio del coche, Herrera sigue repartiendo a diestra y siniestra, y Hugo, sonrie cuando comentan que el presidente coge su guitarra y Moratinos acompañando a Maria Teresa, le hace los coros. Hugo es una persona moderada y tranquila, pero no le gusta que le engañen, es concienzudo en sus pensamientos, y muy abierto de ideas, siempre pensando en que lo que realmente se echa en falta en la clase política es sentído común. Absorto en sus pensamientos estaba, cuando el claxon del impaciente que lleva detrás, le sobresalta, mete primera y sale, mascullando lo gilipollas que se puede ser, cuando se está en segunda posición de un semáforo. Disfruta del tacto que conserva su viejo Volkswagen, cuando de repente, nota como algo dentro de sus tripas se mueve. Piensa que lo tiene todo controlado, ladea su cuerpo hacia la izquierda, respira profundo y hace un pequeño esfuerzo subabdominal, para soltar lo que el piensa que es un simple pedo. La preocupación le invade, cuando percibe como además del elemento gaseoso, le acompaña una pequeña deposición. Nota como una terrible presión, le oprime la zona del esfuerzo, aprieta los gluteos con toda su alma y acelera el ritmo de la conducción, tomando las curvas casi a dos ruedas. Sudando y apresurado, llega al parking de la empresa donde trabaja. En la puerta, le sorprende encontrarse con un contenedor de obra en las que en negro puede leerse "TRASCON". No sabía que se estuviese haciendo ninguna obra en la nave. Le rodea como puede, y corriendo sube las escaleras que le llevan a los cuartos de baño. En el corto trayecto, se ha desatado el cinto, y ha desabrochado el botón del pantalón. Inconscientemente, su cerebro le ha dicho a su aparato digestivo que inmediatamente podrá liberarse de lo que tanto le oprime. Al dar la vuelta al esquinazo de los vestuarios, la preocupación se convierte en tragedia. Rosa, la corpulenta encargada de la limpieza, está fregando los retretes, y cuando esto pasa, su palabra es ley. No se puede pasar, y Hugo lo sabe. Sabe que no podrá convencerla. Nadie, desde que el trabaja allí había podido ablandar ese roqueño corazón. Aunque no está escrito en ninguna parte, sabe que es su terreno, y que allí, Rosa, es invencible e implacable. No se apiadará de él. En éstas estaba, cuando su sistema digestivo, le vuelve a ocupar toda su atención. Reclama al cerebro su promesa. Hugo piensa a la velocidad de un ordenador de la NASA. Está en juego lo que está en juego. Da dos pasos para delante, uno para la derecha, otro para atrás...anda en circulos, piensa muy rápido. No ve salida, aprieta el culo y la situación se hace insostenible. Cegado por la necesidad, enfila el pasillo. Nota como el sudor ya empapa su camiseta. La situación es límite. Se dirige a los cuartos de baño de señoras, es su última esperanza. La necesidad le aprieta, y asume el riesgo de que le pillen entrando es ese lugar, completamente vetado para los hombres. Cuando por fín llega al final de la escalera, la tragédia se convierte en holocausto nuclear. Dos albañiles aporrean con sus mazas los azulejos del cuarto. Se siente acorralado. Su intestino ya no manda mensajes al cerebro, su intestino ha invadido su cerebro.El fondo de sus ojos, ha pasado del blanco habitual, a un intenso y sospechoso color marrón. Agotado, sudoroso, ciego por la necesidad, sale al exterior de la nave. Se ilumina su mirada, da un salto, y se mete en el TRASCON. A sangre y fuego, se baja pantalones y el calzoncillo. Su pequeño cuerpo se acomoda en el interior del contenedor, se agacha y por fín, descerraja una tremenda ventosidad. Inquieto cual leona después de hacer presa, vigila los alrededores. Ser descubierto por un compañero, o lo que es peor por un superior, en ese trance, podría ser fatal. Despues del tercer envite, por fín se ve liberado del incomodo pasajero que llevaba en su interior. Con tremendo orgullo, examina la deposición, pensando que a pesar de su pequeña estatura, ese volumen era digno de un macho mucho más voluminoso que él. Pero aún no han terminado sus preocupaciones. Con las prisas, no ha cogido nada con lo que adecentarse la zona de tránsito. Otra vez, ha de tomar una decisión rápida. Está en una posición muy comprometida y tiene que abandonar el contenedor con suma urgencia. Tan sólo tiene a mano unos cascotes de obra. Su cerebro rechaza con autoridad su primer impulso. Sabe que si utiliza esos rotos ladrillos, estará sin poder sentarse durante una semana. Pero Hugo es un hombre de recursos. Mira hacia sus pies, respira hondo de nuevo. Se ve acorralado tanto por la premura como por lo embarazoso de la situación. Sin dudarlo, se quita los zapatos, y segudamente se quita el calcetín derecho. Quien iba a pensar, que el regalo de su suegra, iba a tener un final tan trágico. Más que por lo abundante de la deposición, por la textura de la misma, no tiene suficiente con el calcetín derecho, teniendo que recurrir al izquierdo. Comprueba que todo está en orden, se sube los calzoncillos, los pantalones, se pone los zapatos, y tapa la prueba del delito con los cascotes que antes desprecio. Hugo es un hombre nuevo. Ha salvado la situación y el coste ha sido sólo un par de calcetines. Ahora sólo piensa en explicarla a Elena cómo ha perdido los calcetines. Y él en su interior piensa, total, vinieron de la mierda y terminaron en la mierda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario