martes, 22 de febrero de 2011

Antoñito


Caía el atardecer del 22 de febrero. A pesar de la lluvia y el fuerte viento, Antonio camiaba preocupado por el patio del cuartel. Había telefoneado a su mujer, ya que preveía llegar tarde a casa. En su cabeza, sólo una idea, ¿que diría cuando estuviese allí?. Le habían elegido, él sería el encargado de dar el golpe, sabía que no le fallaría el valor para hacerlo, pero, había algo que le angustiaba. No sabía que decir. Después de mucho pensar, cerró los ojos, y pudo ver con claridad la escena. Vestido con su imponente traje verde, coronado con el acharolado tricornio, pistola en mano, frente a los hombres más poderosos de la nación, llevando la voz cantante, ordenando, disponiendo y gobernando, pero...¿como hacerse entender?. Antonio sabía que la dialéctica nunca fue su fuerte. Era notoria su educación militar, y a lo largo de su ya larga trayectoria, los galones habían cubierto sus deficiencias a la hora de expresarse. En su cabeza, daban vueltas y más vueltas formulas, que unas le parecían demasiado simples, y otras demasiado flojas. No dar con la frase rendonda, le estaba costando un terrible dolor de cabeza, y la sensación de que no estaba todo atado como el quisiera.

Decidió ir a casa, con esa preocupación, sólo comparable a la que le entraba de adolescente, cuando acudía a la academía sin la tarea hecha. Al entrar, su mujer le notó enseguida preocupado. Consciente de su problema, decidió abrirse a su compañera.
-"¿entro allí y qué digo?" se preguntaba Antonio.
- "pues no sé Antonio, puedes decir la verdad, con la verdad por delante, uno no tiene nada que temer". Respondía resuelta su mujer.
- "no es eso a lo que me refiero, contestaba Antonio, lo vamos a hacer porque pensamos que la razón está de nuestra parte, pero....necesito una frase para la posteridad, algo impactante...algo que haga que me recuerden para siempre...algo que sea autoritario, pero melódico..."

En su desesperación, había incluso pensado adoptar soluciones como la de "Españoleess... hemos tomado las riendas de nuestra patria...", que sin duda le traían recuerdos de su mejor época, pero que ahora, dudaba mucho de su eficiencia.

En éste desvelo, pasó toda la noche. Amaneció pronto en la casa de Antonio. Se levantó antes de que sonase el despertador. Tardó poco en prepararse, ya que a pesar de su aspecto limpio, no era de ducha diaría, siempre fué más de aseo, y total, tampoco hacía tantos días que había pasado por la bañera. Su potente bigote, se empeñaba en quedarse su porción de café, por lo que remató su imagen, pasandose la rodea de la cocina. Los cepillos de dientes en su casa, sencillamente, no recibian. Habían pasado ya más de doce horas de su nombramiento, y todavía no sabía como dirigirse en aquel escenario, en el que la palabra valía mucho más que los galones.

Esperando al autobús, se le ocurria una frase, pero rápidamente, la desechaba, la encontraba puntos flacos, y por tanto, no le servía. Quería entrar en la historia, y necesitaba un auténtico slogan. El tiempo no corría, volaba, y Antonio cada vez estaba más irascible e inseguro.

Llegó el momento, bajó del autobús acompañado por los suyos, entró en el hemiciclo en medio de fuertes voces, alcanzó la tribuna de oradores a través de la escalera izquierda. Cada escalón se le hacía eterno. La mirada perdida, la mente nunca pensó tan rápido. Al llegar al último peldaño, simplemente dejó la mente en blanco...y mirando la inmensidad de la grada, que le observaba atónita, su espiritu militar, su obsesión por controlarlo todo, dio a su cerebro la orden, y éste a su garganta, y resonó por toda España......"¡¡QUIETO TODO EL MUNDOOO¡¡".

Orgulloso de su frase, se creció el sólo, y añadió, "¡¡¡TODO EL MUNDO AL SUELO¡¡¡", lo cual, a pesar de ser una contradición manifiesta, nadie puede echarse al suelo, estando quieto, le pareció que sonaba bien, e incluso repitió la formula varias veces.

Fué la primera contradición pública de esa aberración. El principio del fín de una idea, que tenía como objetivo hacernos viajar en el tiempo. Matar los sueños de libertad de toda una nación.

Menos mal, que por una vez, y saltandose por alto el miedo que daba esa pistola en su mano, algunos decidieron no quedarse quietos.

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