domingo, 12 de abril de 2009

No merece la pena


Jonás llamó a la bella Carmen, para salir a copetear el sábado por la noche. En un mundo que demasiados años atrás quedó, parecía sentirse un extraño. La insolente juventud de la fauna nocturna, le descolocaba. La gran ciudad le ofrecía todos los ambientes. La bella Carmen, usuaria habitual de la noche, se movía como pez en el agua, manejando a su antojo, tiempos y lugares. Jonás se dejaba llevar por su experiencia, y tan sólo lamentaba la ausencia de unos labios que besar y de un cuerpo que acariciar. Carmen le ofrecia su amistad, su conversación y su inexpresiva mirada. Su conversación, un racimo de problemas amorosos, involucraba a Jonás en tratar de aconsejar siempre la mejor opción. Y es que Carmen, como todas las mujeres bellas que conocía, era un decálogo perfecto de dudas. Insegura de pies a cabeza, relataba como su última conquista, no la llenaba. Jonás y Carmen conformaban una sociedad que casi nadie comprendía. La amistad que les unía, iba más allá de los intereses, y se brindaban apoyo incondicional ante sus cada vez más seguidos, desencuentros sentimentales. Parecían empeñados en ir en contra de la lógica, buscando fuera de su "sociedad", algún sustituto para consolar ese alma inadaptado. Años atrás, Jonás estuvo tentado de aclarar sus sentimientos con ella, pero, sabía que tenía tanto que perder, como que ganar, decidiendo por tanto, ocultar sus sentimientos, a la espera de tener mejor oportunidad. Con el tiempo, esos sentimientos se fueron transformando en una sincera y respetuosa amistad, pero de vez en cuando, la accesibilidad que tenían, le turbaba la mente, haciendole caer en profundas meditaciones. Parecía que el destino jugaba con ellos, y que no eran capaces de hacer coincidir sus periodos de enamoramiento, con el de sus rupturas, no coincidiendo en el mismo estado al mismo tiempo. Pero hoy Jonás no quería pensar en nada de eso. Necesitaba cambiar el ritmo, y nada mejor para ello que hacer algo que no era muy habitual. Los bares, atestados de gente, eran muestras exactas de nuestra sociedad. El mismo grupo de personas, parecían hacer un circuito invisible, ya que coincidian repetidamente en todos los locales. El ruido en el interior de los mismos, hacía imposible la comunicación, ganando terreno el lenguaje de las miradas. El señor calvo, ante la pasividad de Jonás, decidió jugar sus cartas con la bella Carmen, evento que ella solventó con su mejor sonrisa, pero con total indiferencia. Y es que en ese juego, ella era imbatible. La noche fue una sucesión de lugares y cuerpos divinos, hasta que agotados, decidieron retirarse a descansar. Ella, con la dificultad típica de haber consumido cervezas por encima de sus posibilidades, tenía la sonrisa fácil, pero no por ello menos maravillosa. En los exquemas de Jonás, perder un mínimo de sus condiciones a causa del alcohol, ni si quiera era algo que alguna vez se plantease y hacía balance de la noche. Mientras oía la superficialidad de su amiga, llegaba a la conclusión de siempre. No merece la pena.

No hay comentarios:

Publicar un comentario